16 junio 2006

El dulce sabor de la venganza.

Solo necesite atravesar su carne 20 veces para volver a recuperar una ligera sonrisa. Una lagrima se asomó en el momento de rebanarle el cuello, cuando oí como sus gritos de agonía se transformaron en gruñidos de cerdo en la matanza. En mi mano, sangre resbaladiza impregnaba mis dedos y me hacía más dificil la tarea de sostener el cuchillo mientras lo veía morir. Se desangraba cayendo a mis pies, y mis ojos miraron por última vez a los suyos antes de convertirse en dos muros blancos ya sin sentimiento. Le escupí, le di la espalda y caminé.


El vestido que robé me quedaba muy erótico. Vi reflejado en mí mismo la figura de aquella película que había visto de pequeño, la mujer de rojo. No tenía práctica en ponerme las medias, y con el reciente escozor de la depilación se me hizo dificil disimular la cara de dolor. Recobré el color con un poco de maquillaje, y la peluca rubia no me quedaba nada mal. Había pensado en hacerme la cera en la barba, pero me fue imposible porque no me daba tiempo a dejarmela un poco más larga para que pudiera arrancarla, y además, me hubiera sido imposible aguantar los tirones. No usaría tacones. Mi metro ochenta y cuatro serían demasiado exagerados con ellos para aparentar una figura femenina, y así ya era casi demasiada estatura; opté por unos zapatos planos y algo abiertos de talon. No eran del todo incómodos, pero me costó horrores conseguir un cuarenta y cinco. Como ultimo retoque, cogí el bolso y un cuchillo de la cocina estratégicamente situado en su interior.

En mí lloraba desconsolada, y yo, lloraba en ella acompañando con un susurro sus soyozos. No podía creerlo. No había sido cierto. En cierta manera, había olvidado el hecho y lo recordaba como un sueño muy real, clavado en la mente, como esa canción con ritmo pegadizo que no para de retumbar en las neuronas. Cada lágrima que mojaba mi hombro calaba mi corazón hiriéndolo y cicatrizando a la vez, convirtiendolo en un duro puño que golpeaba mi pecho una y otra vez.

La llamada de la comisaría me dejó sin fuerzas, arrodillado en el suelo y con los ojos humedos inyectados en sangre. Me dijeron que estaba bien, pero todavía en estado de shock. Era el segundo caso de la semana en el barrio. Iban a por él aunque no tenían muchas pistas ni testigos.

Te prometo que quien te haga daño lo pagará muy caro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por ser como eres conmigo

Anónimo dijo...

Como se te va la castaña, no?? estas iniciando una novela o que te dio por ahi? Los cuentos como este triunfan un cojon, a mi me encantan, yo solia escribir cuentecillos de estos en edad adolescente. Bravo, bravido!